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Por José Luis Camba Arriola
México, D. F., a 24 de octubre de 2010
El primer artículo dominical de Vargas Llosa como Premio Nobel del Literatura está dedicado al fracaso de la votación para ampliar las causales de despenalización del aborto en España. Al final reflexiona sobre las relaciones entre la Iglesia Católica y la democracia. Sostiene que en la democracia las religiones proporcionan orden moral a muchos ciudadanos que sólo aceptan éste por medio de la fe. Pero que si el “difícil equilibrio entre el Estado laico y la Iglesia se altera y ésta impregna aquél, o, peor todavía, lo captura, la democracia está amenazada, a corto o mediano plazo, en uno de sus atributos esenciales: el pluralismo, la coexistencia en la diversidad, el derecho a la diferencia y a la disidencia”.
Es lo mismo que, mal explicado, vienen sosteniendo en México el Jefe de Gobierno del Distrito Federal y otros acerca de curas y cardenales católicos. De ese espíritu derivaron las demandas por daño moral y el reclamo por callar a estos sacerdotes. Demandas en las que, por cierto, se cometió el delito de uso ilegal de atribuciones y facultades previsto en la fracción II del artículo 267 del Código Penal, al ser elaboradas por funcionarios públicos, puesto que el daño moral es personal y para demandarlo Ebrard debió recurrir en su calidad de ciudadano a un despacho privado; nunca utilizar dinero público (tiempo de burócratas) para su interposición.
Paradójicamente, resulta intolerante y poco pluralista el deseo de que alguien que opina distinto se calle. Lo que hace que las demandas sean antidemocráticas per se. El Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal ya dijo al respecto que la libertad de expresión tiene como límite el derecho de los otros. ¡Para que aprendan! Ah, de paso dijo que los demandados tienen derecho a hacer valer lo que a su derecho convenga.
En su artículo, Vargas Llosa le concede a las religiones un papel del que carecen en las democracias. De hecho, la secularización de la moral es lo que permite la existencia del político en los países mayoritariamente católicos. La secularización faculta la aparición de la ambición, la cual es opuesta al concepto del pecado original donde el fracaso de los hombres en la vida es lógico y necesario. Caso distinto al de países mayoritariamente protestantes donde su ética permite y obliga al éxito como condición para alcanzar un lugar similar en la vida eterna. Difiere también de los países musulmanes donde la política es la forma de servir a Alá para difundir el Corán extendiendo su palabra a través de la democracia.
Las democracias decimoctávicas y decimonónicas de la Ilustración Francesa y el Romanticismo Alemán respectivamente, se erigen como producto de la razón y se oponen a la tradición (sinónimo de sinrazón). Es un planteamiento consciente para desaparecer el antiguo régimen medieval. Ambos fueron siglos antirreligiosos dominados por la idea revolucionaria. Lo mismo Diderot que Voltaire o Kant que Hegel compartieron la idea de la razón y la revolución como caminos hacia la democracia. La conciencia de la revolución llevó a la revolución de la conciencia. La religión de la revolución sustituyó a las otras; a las del pasado. La historia de la democracia moderna es la de la lucha por la imposición de la razón como eje político. En ese contexto es que nace el pluralismo, la tolerancia, el respeto, la teoría de las obligaciones y otras derivaciones perfeccionadoras de un concepto político que considera al ser humano un ser racional y perfectible. El tamaño moderado de las concentraciones urbanas del XIX y su diversidad, junto con la necesidad de un nacionalismo unificador y una tecnología de la comunicación limitada son el caldo de cultivo del pluralismo.
El siglo XX, por el contrario, ve la desaparición de estos valores. La sociedad de masas los arrastra creando democracias totalitarias. Los fascismos y los comunismos, el macartismo y el golpismo latinoamericano son pruebas de ello. La masificación hace insostenible la continuidad en la construcción de una democracia producto de la razón. La importancia del ser humano deja de descansar en su racionalidad; su valor es la unidad acumulada. La teoría de mínimos aceptables sustituye a la de máximos ideales. La expansión del bienestar va perdiendo lugar ante la evidente deshumanización de los asentamientos urbanos. La subsistencia de la mayoría pasa a ser una meta a expensas de la propagación de la mejoría. El lema de la nueva democracia deja de ser racional: primero iguales: mal pero iguales y luego mejores. La racionalidad pierde contra la mayoría. El asesinato de la razón invita a la vuelta de la tradición (la sin razón). Las religiones toman el lugar de las que habían sido expulsadas.
Si a través de la democracia el catolicismo llega a convertirse en una forma de gobierno o a ejercer una influencia desproporcionada en la política, será una consecuencia lógica de la evolución de un sistema político que si bien cuenta con controles, perdió los límites. La falta de éstos es perjudicial. La razón fue el hilo conductor que permitió moldear y limitar a la democracia. La razón es el único límite del que no debe despojarse. El pluralismo y la tolerancia nacen de ésta. La filosofía de lo que queda de la democracia contemporánea invita a que gane el más bonito, el más fuerte o el de mayores recursos económicos sin importar si le asiste la razón o carece de ella. A la iglesia católica en una democracia no se le calla con demandas. Se le deja hablar y se le prueba con la razón que está equivocada. Razones como las que esgrime el propio Vargas Llosa en el artículo en comento son más democráticas que marchas o mayoriteos. De no limitar el alcance de la democracia a la razón, el temor del actual Nobel de literatura será pronto realidad.
joseluis@camba.ws
(*) Sociólogo y politólogo
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