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Por: Héctor Medina Varalta
- Elixir de Zafiros
- Yudi Kravzof
- Editorial Endira
Yudi es una mujer exquisitamente sensual, cada uno d sus cuentos están llenos de erotismo, salpicado con gotas de pasión y, en algunas veces, de lujuria. Yudi Kravzov, nació mexicana con un corazón aprisionado que ha intentado liberar a través de la comunicación enfocándose primero al mundo del cortometraje, con éxitos como: Monkey on my back y la triología No toques al perro. Mujer tenaz-también de nacimiento-continúa en su intento permanente por revelar todo lo que guarda, todo lo que observa y hasta lo que imagina. Se convierte en escritora: Traigo el mono … y lo traigo adentro, Elixir de zafiros y una novela que viene publicando por entregas de manera semanal. Yudi Kravzov es una mujer cuya intensidad distingue a su obra: la denuncia, el erotismo anónimo, la pasividad como tentación y el pecado de no intentarlo todo.
Yudi es una mujer muy sensual, cabello rubio natural, pecas en el pecho, en los hombros y puede que en varias partes más; hasta su sonrisa tiene destellos de erotismo. Cabe mencionar que sus abuelos eran rusos, y el que escribe estas líneas le encantan las rusas, sólo que no ha tenido la suerte de encontrase con una de ellas en el camino. Únicamente a Yudi quien lo ha llevado de la mano al fascinante mundo del erotismo y ha quedado maravillado al leer cada una de sus narraciones. Leamos el primer capítulo de Elixir de Zafiros:
Entré en el cuarto, tomé la llave y, sin dejar mi bolso sobre la cama, me dirigí al baño. Como me lo habían dicho, era el lugar privilegiado en ese hotel. Saqué el celular de la bolsa y, sin pensarlo marqué los ocho dígitos que había memorizado. Él era el único al que podía decirle que estaba ahí. El único que entendería.
- ¿Qué haces?-pregunté al escuchar su voz por el auricular.
- Leyendo, ¿y tú?
- Elegí la tina. Quiero un lugar cómodo y blanco. La de mi recámara es negra.
- Me parece una buena decisión no hacerlo en tu casa. ¿Te gusta?
- Me encanta: es grande y tiene varios espejos.
- Métete-ordenó-, métete ahora, quítate los zapatos-su voz cambiaba a cada palabra-, no dejes correr todavía el agua. Haz lo que te digo. ¿Cómo vas vestida?, ¿cómo te ves hoy?
- Sebastián, nos encantan los juegos estúpidos, ¿verdad?
- ¿Quiero saber cómo te sientes y también cómo te mojas. Toca las paredes de la tina con las palmas de tus manos, tócate toda, recorre tu cuerpo. ¿Qué ves a tu alrededor?
- El techo es blanco… las toallas azules…
- Así va a ser la caja donde descanse tu cuerpo: rectangular. No vas a conocer sus paredes; no sabrás su color ni su textura; no la vas a poder sentir.
- … (silencio)
- Me encantaría tocarte dentro de esa tina, lavarte, prepararte.
- … (silencio)
- Ya no vienes a verme. Si estuvieras aquí, conmigo, te chuparía hasta que no soportara más; besaría tus pezones y sentirías mis dientes y después mi lengua, y a veces te dejaría chupar mis dedos, mis largos dedos que te encantan; recorrería tu piel y cada una de tus pecas; sentiría tu calor y tú el mío.
El hablaba; yo contestaba con frases cortas: un vestido negro, sí, lo estoy haciendo. Después me quedaba callada. No decía nada. Obedecía y escuchaba.
- ¿Estás mojada? Contéstame, quiero hacerte sentir. Te va a gustar tanto cuando me tengas entre tus piernas… te va a gustar estar cerca de mí. Ni debes tener miedo; tú a mí me gustas, me encantas.
Poco a poco me dejé de llevar por su voz; empecé a tocarme. Disfrutaba sentir sus órdenes pausadas al oído y corromperme con su morbo. Levanté el vestido para sentir el calor de mi piel, y me abandoné por completo para que me recorriera con su voz abrazando mi energía con movimientos espirales. Le respondía con alentó agitado y tembloroso, jalaba mi cabello mientras probaba mis dedos, apreté mis senos y arañé la cara y cuello de un sólo tirón, como él lo dictaba. Me sentía mojada, cerré los ojos con fuerza, me contraje y entonces me quebré en espasmos. Terminé toda.
Como pude abrí los ojos lentamente y recogí el celular que estaba atrás de mi nuca. Colgué y me quedé mirándome vestida de negro dentro de la tina blanca. Volviendo en mi… Me molestaba la luz del baño tanto como mi imagen en el espejo: yo en una tina vacía, sudando, empapada, pálida, sola y con el alma regresando a mi cuerpo en pequeñas partículas. ¿Qué hago aquí? Hubiera querido llorar, pero no salían lágrimas, estaba seca por dentro.
Me desvestí. Llené de agua la tina: quería purificar mi cuerpo, sacarme a Sebastián. El baño ayudó. Dormí dos horas. Me levanté apresurada para volver a mi casa; a mi tina negra donde estaba a salvo.
¿Le gustaría conocer más a fondo a los protagonistas de esta novela? Entonces, no deje de adquirirla en su librería preferida o bien en www.endira.com.mx
En tanto esperaré a Yudi en la próxima Feria Internacional del Libro (FIL), tal vez se me realice la fantasía de contarle las pecas de su hermoso cuerpo, entre otros detalles.Final del formulario
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