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Por Jesús Antonio Cedeño Rodríguez
¿Quién viene a estos eventos? Le pregunté a mi antiguo y estimado amigo, el periodista Moisés Candia. Invitados especiales y funcionarios –me dijo-. Esa que está ahí es Marina Stavenhagen, directora del Instituto Mexicano de Cinematografía. Muy sencilla –pensé, mientras con mirada analítica me dediqué tres o cuatro segundos a confirmar si el tono de su vestido correspondía con el de los zapatos-. Sencilla –confirmé-.
El visitante a la exposición "Gabriel Figueroa. Cinefotógrafo", es recibido por un conjunto de pantallas que muestran a través de 30 proyecciones y más de 300 piezas fotográficas, el trabajo de uno de los pilares del llamado cine de oro mexicano.El Museo de Bellas Artes exhibió ayer 23 de abril, en función de gala la película “La perla” (1945), considerada una de las cien mejores películas del cine mexicano. Filmada en blanco y negro por Águila Films, S. A., reunió -como en diferentes ocasiones-, el talento del director Emilio “el Indio” Fernández, las actuaciones de Pedro Armendáriz, María Elena Marqués y Columba Domínguez, además –por supuesto- de la fotografía del homenajeado Gabriel Figueroa, además de los talentos de un José Clemente Orozco y un Manuel Álvarez Bravo, entre distintas etapas de la producción de la obra.
Como en tantas otras producciones cinematográficas, Figueroa dejó como legado al colectivo visual, la imagen representativa de “La perla”: la escena muestra a dos misteriosas figuras que dan la espalda al espectador, mujeres que esperan silenciosamente ante el oleaje de un mar que rompe sus olas, sin encontrarse con otra presencia que la de una lancha vacía no sólo de presencias, sino de sentimientos. La lejanía del cielo se subraya con un manchón de nubes que están acostumbradas a perderse en medio de contrastes y suspiros.
La cinta sirvió como marco aprovechado para denunciar el interés de las figuras extrañas por apropiarse de las riquezas naturales de los mexicanos, representadas estas últimas por los humildes pescadores Quino y su esposa Juana y aquéllas por el médico del pueblo y su hermano, ambos codiciosos extranjeros, dispuestos a apoderarse de la perla que la pareja ha encontrado en el fondo del mar.
En algo puedo estar de acuerdo con el hijo de Gabriel Figueroa: “en donde él esté estaría sonriendo con nosotros”. Sin duda, más aún cuando en medio de todo el glamur de Bellas Artes, el sonido fue tan defectuoso que por lo menos al minuto diez, los funcionarios de la más alta talla ahí presentes, no sabían para dónde correr o cómo solucionar los problemas del audio y al parecer, todo terminó adelantando el brindis y bocadillos; antes de eso, salí del recinto más importante de arte que hay en México, un poco con pena ajena y otro tanto con la intención de quedarme con la idea de que falló el sonido, pero no la bellísima imagen con que puede caracterizarse el trabajo de un fascinador visual llamado Gabriel Figueroa.
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