Por: Héctor Medina Varalta
Cada color cuenta una historia. La historia de las personas, de sus hogares, de sus calles, sus barrios y, sobre todo, de las ciudades que habitan, donde los personajes, lugares memorables, episodios gloriosos, eventos trascendentes, costumbres milenarias y rituales modifican su devenir en el tiempo.
El director general Corporativo Grupo Comes, Marcos Achar Levy comenta para informanet que el color se expresa en todos los aspectos de una ciudad y de sus habitantes; la luz del paisaje y los juegos del claroscuro; la vegetación, el clima, la comida, el vestido, el ánimo y, en especial, la arquitectura. De este abanico cromático es posible, sin duda, extraer parte de la esencia de una urbe.
15 mil soluciones ilimitadas
“Desde hace más de 57 años-comenta-, a la par con Grupo Comex participamos creando y recuperando esa esencia a través de la fabricación, comercialización y distribución y distribución de más de 15 mil Soluciones ilimitadas de alta tecnología para decorar, proteger, mantener y transformar los ambientes y espacios. En casi 6 décadas de realizar estos rostros, Comex forma parte también de la historia de las ciudades con un Sí siempre cálido, cercano y positivo; y este 2010 nos reunimos a la conmemoración de los 200 años del inicio de nuestra Independencia y 100 años del comienzo de nuestra Revolución, festejando al color que tanto nos representa como mexicanos.
“Los colores de México es nuestro tributo a las poblaciones más representativas, consideradas parte del Patrimonio Mundial por la UNESCO. Ciudades con valor universal y características excepcionales que, al ser reconocidas internacionalmente, contribuyen a la conservación de nuestra herencia cultural, al desarrollo económico y social de las comunidades locales”.
Tlacotalpan en sus orígenes
La ciudad veracruzana de Tlacotalpan, joya del río Papaloapan, fue inscrita en la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1998, en la sesión del comité del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) celebrada en Kyoto, Japón, en diciembre de ese año. Se reconoció así el valor excepcional de este puerto fluvial fundado a mediados del siglo XVI, que ha preservado de manera notable su tejido urbano original.
Tlacotalpan nació a orillas del caudaloso Papaloapan hace muchos siglos, no sabemos cuántos, pero en tiempo de los aztecas ya era cabecera de un señorío importante que dominaba la desembocadura del río y los pantanos que la rodeaban. Los nahuas lo bautizaron con este nombre, que significa “tierra partida por la mitad”, tal vez por la existencia de distintos grupos étnicos que se sentían dueños del territorio. Lo cierto es que desde entonces ya existían rutas de comercio que comunicaban la costa del Golfo de México con las tierras altas de Oaxaca, y las crónicas relatan que se hacían peregrinaciones por el río hasta la vecina Otatitlán, donde se adoraba a Yacatecuhtli, dios nahua de los mercaderes, a quien los misioneros católicos sustituyeron por una imagen de un Cristo negro considerada milagrosa.
En el siglo XVIII
En Tlacotalpan se adoraba a Chalchiuhtlicue (“la de la falda de turquesas”), diosa de las aguas terrestres, de las aguas mansas y las corrientes, cuando en 1519 las tropas de Cortés llegaron a ella y encontraron refugio en el estuario del Papaloapan, cerca del poblado de Atlitzintla, hoy conocido como Alvarado. Poco después, los sacerdotes europeos sustituyeron la imagen de la diosa azteca por la de la virgen de la Candelaria, nueva protectora del pueblo. Los ataques de los piratas al Puerto de Alvarado en 1667 provocaron que buena parte de su población remontara el río para asentarse en Tlacotalpan, una región más segura aunque menos productiva. El clima extremo y las inundaciones causaban estragos constantes que impedían el crecimiento de la población, además de los incendios que obligaron a que las casas fueran construidas con teja y ladrillo, dejando atrás las sencillas chozas de palma y madera. El cultivo del azúcar y la cría de ganado se añadieron a las actividades tradicionales de subsistencia de los indígenas (como la pesca y la agricultura), provocando a lo largo del siglo XVIII una relativa prosperidad. Tlacotalpan, que en sus inicios había sido una “república de indios” comenzó, a ser habitada también por blancos y negros que al mezclarse en distintos grados dieron lugar al tipo físico y cultural de jarocho.
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