Guadalajara, Jalisco. En un bar muy peculiar de nombre “Gato Verde” el volumen de la plática
comenzó a elevarse de forma alegre, no tanto por el alcohol como por la plática
sabrosa y la concurrencia. En la última mesa del salón, mientras un hombre
tocaba el piano, estábamos reunidos Sofía Macías, autora de “Pequeño Cerdo
Capitalista”, Roberto Morán, director de la revista Dinero Inteligente, Isela y
Paty, dos magníficas blogeras mejor conocidas en los bajos mundos del Twitter
como @elpesonuestro y @guapologa, mi buen amigo Jorge y yo.
A reserva de Isela y Roberto, que pueden tener más moderado el volumen
de voz, los otros cuatro estábamos en pleno alboroto, comandados por la
simpática Sofía, que llevaba la voz cantante. De pronto, dado que en el lugar
había pocas mesas y el piano invadía buena parte del espacio, era para nosotros
evidente que estábamos excediendo los decibeles, pero no pasaban unos minutos
de autocontrol cuando regresábamos al jolgorio original. Clásicas consecuencias
de una sabrosa tertulia entre amigos.
En esas nos encontrábamos cuando de la mesa junto al piano se paró una
mujer joven y bastante mal encarada, para pararse frente a nosotros y decirnos:
“Les pido silencio, esto es un “piano” bar (mientras al aire entrecomillaba la
palabra piano)”. Dio media vuelta y regresó a su lugar.Un minuto de silencio
(cuando mucho) se produjo en la mesa, hasta que Roberto (serio como acostumbra)
se volteó hacia todos y haciendo el ademán de comillas al aire dijo: ¿”Piano”
bar?
Las carcajadas continuaron. Evidentemente cuando ya estás en una
situación de retener el buen humor es difícil hacerlo y por más seriedad que en
general podíamos imponer, tarde o temprano reventábamos en una nueva y más
estruendosa carcajada grupal.Ya después analizamos un poco la situación y las
cosas comenzaron a quedar más claras. La joven que se acercó era nada menos que
la enamorada novia del improvisado pianista que, animado por su amada, decidió
aventarse un palomazo en pleno “Piano” bar.
Cuando el hombre dejó de tocar y cedió su lugar al pianista contratado
por el lugar, el ambiente se relajó un poco. Parece que el pianista de base
está acostumbrado a compartir su arte con las tertulias de los clientes.Pero
pobre de aquel muchacho que consideró que nosotros seríamos el auditorio ideal
para disfrutar de su calidad musical. Y la verdad no se si su interpretación
era de calidad o no, porque en ese momento yo estaba disfrutando de la reunión
y no de la música.
Si pudiera comparar esta situación con la de un emprendedor, pudiera
decir que este pianista tuvo un mal comienzo, porque hay determinadas
situaciones en las que el precio afecta la percepción del producto.
Tocar el piano en un bar no obliga a los presentes a poner atención en
la interpretación, aunque no por ello deja de ser importante percibir la música
en el fondo. Imagina un bar en absoluto silencio. Nada cómodo. La música juega
su papel.Pero si este mismo músico se pusiera a tocar en una plaza, las
consecuencias en la atención serían peores. Ya quisiera ver a la enamorada
novia exigiendo a los transeúntes, respeto por la interpretación, en un espacio
donde ni siquiera se espera que haya música.
Ahora ¿qué pasaría con ese mismo pianista y su mismo nivel de interpretación
tocando en un auditorio dispuesto para ello donde la gente pagara $100 por
entrar? La atención sería mucho mayor, y seguramente mayor sería si hemos
pagado $700 por entrar.Ponle un precio a tu trabajo (o a tu producto) y la
gente comenzará a tomarlo en serio. Ponle un precio elevado y la gente se
encargará de convencer a los demás que aquello vale la pena. ¿De qué otra forma
podrías justificar que has gastado un dineral? ¿Diciendo que no lo vale o
diciendo que fue una ganga?
Lo exclusivo agrega interés a las cosas. Lo gratuito no se agradece.
Puedes regalar, pero dejando claro siempre que estás haciendo una concesión
sobre tu precio original, que te ubica en el nivel de lo exclusivo.
Esto me ha pasado particularmente a mi. Cuando acostumbraba dar conferencias
abiertas y sin costo tenía que lidiar por atraer la atención del público
asistente, que estaban más preocupados de que yo me callara para tomar cafecito
y galletitas gratis.
Cuando decidí cobrar mis conferencias, y cobrarlas bien, el nivel de
atención cambió radicalmente, y de la mano mi nivel de compromiso por hacer una
entrega que valga cada centavo recibido.
En conclusión, siempre será mejor pocos bien cobrados y bien trabajados
que andar exigiendo silencio en los “pianos” bar.
Por: Carlos Aliaga Gargollo
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