Por: Héctor Medina Varalta
Primera parte
El 15 de abril de 2002 Carmen Aristegui puso por primera vez su atención periodística en el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado. La escritora y periodista hacía por aquel entonces, junto con Javier Solórzano, un programa semanal en el Canal 2 de Televisa, el “canal de las estrellas”. La emisión se llamaba “Círculo Rojo”.
Ocho años después, para ser exacto, el pasado domingo, Carmen Aristegui presentó su polémico libro Marcial Maciel, la historia de un criminal. Estuvieron presentes Kristel Mucino, el editor Andrés Ramírez, el doctor Arturo Jurado Guzmán. En la demostración se dijo que el texto en un conjunto de testimonios, un conjunto de información, un conjunto de documentos, un mundo de referencia de esta historia resulta sumamente importante. Esta historia de la que se está hablando desde hace muchos años pues se convierte sin duda en un punto de referencia en el momento que se está viviendo en el marco de una crisis global de la iglesia católica, a una crisis de credibilidad, producto de un conjunto de escándalos de pederastia masiva, de encubrimiento masivo de estas prácticas criminales que son conocidas a lo largo de la historia.
Protección del Vaticano
Importantes protagonistas también hicieron acto de presencia: José de Calva, José de Jesús Barba Martín, Alejandro Espinoza, Sergio Alarcón, Arturo Durán Guzmán, Fernando Pérez Olvera, José Antonio Pérez Olvera, Fernando González, Antonio Roqueñi y Alberto Athié quien dieron testimonio en contra del fundador de Los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado, que según la Iglesia son testimonios falsos o producto de la persecución. El comunicado del 1º de mayo de 2010, hace algo que se puede interpretar como una especie de demostración post mortem de Marcial Maciel. Este comunicado es precedente no sólo porque reconocía las conductas exécrales del fundador de Los Legionarios de Cristo; sino porque es importante que se reconocía abiertamente por el Vaticano lo que por décadas pocos niños sostuvieron a lo largo de los años.
Red de silencio
No sólo se conocía la conducta inmoral de Marcial Maciel, sino que aceptaban de cierta manera, la existencia de una red de silencio y complicidad que lo protegía. El Vaticano decía que los comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales del padre Maciel confirmaban los testimonios incontestables, representan a veces auténticos delitos, carente de escrúpulos, sin embargo, era desconocida por gran parte según el Vaticano, sobre todo, por sus temas de relaciones de relaciones construidas por el padre Maciel que había sabido hábilmente crear coartadas demuestra el silencio de los que lo apoyaron siendo cómplices de sus crímenes.
Papas cómplices
Juan Pablo II Y Benedicto XVI conocían la conducta inmoral del fundador de Los Legionarios de Cristo. Alberto Athié, sacerdote diocesano que llegó a las últimas consecuencias, renunciando, incluso, a su ministerio sacerdotal; se repitió la misma historia en el sacerdote y abogado Antonio Rey Muñiz, asesor legal y figura comprometida se presentó en la Sagrada Congregación de la Fe. Es importante destacar, que dos sacerdotes mexicanos que enviaron cartas al Roma en 1956, denunciando a Marcial Maciel por abuso sexual. En aquella ocasión el entonces obispo de Cuernavaca, Sergio Gómez Arceo, el arzobispo primado de México, Miguel Darío Miranda Gómez y un monje agustino con sus tres denuncias en el Vaticano de aquel entonces, actuaron de forma expedita para volver a suceder en la Legión de Cristo.
Comentario de Alberto Athié
En el libro “Pederastia en la Iglesia Católica” del escritor Pepe Rodríguez, el entonces sacerdote Alberto Athié, Licenciado en Teología Moral, con especialidad en ciencias Sociales, por la Universidad Gregoriana, y capellán y miembro del Consejo del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, entre otras funciones eclesiásticas, escribió el prólogo de dicho texto. Por lo extenso de su contenido, citaré sólo algunos párrafos: “En efecto, el primer paso para buscar una solución a un problema, aunque parezca obvio, es reconocer el hecho, no esconderlo, no minimizarlo, no victimizar a la Iglesia y a sus ministros, ni mucho menos satanizar a las víctimas y a los denunciantes-papás y mamás, medios y autoridades-, en nombre de la santidad o sacralidad de la institución o de los miembros que la componen (…) a pesar de que ya habían ocurrido casos de abuso sexual muy importantes en Europa, como el del cardenal Gröer de Viena, esta conducta institucionalizada empezó a entrar en crisis ante el fenómeno abrumador de las cerca de 3 mil denuncias de abuso sexual presentadas contra clérigos de Estados Unidos, ante los más de mil millones de dólares pagados para indemnizar a una parte de las víctimas, y ante la presión de los medios de comunicación y a la autonomía de las autoridades e instancias legales para intervenir e iniciar los procedimientos correspondientes.
Contradiciendo el Evangelio
“Todos estos elementos, que contribuyeron a que la Iglesia Católica de Estados Unidos se abriera a esta problemática, lamentablemente no existen con tanta fuerza y autonomía en ninguno de los países de mayoría católica y, por ende, resulta mucho más complicado conocer los casos ocurridos, abrir los procedimientos legales y actuar en consecuencia. Los análisis comparativos a e4ste respecto son muy significativos (…) A más abundamiento, la institución eclesiástica, al tratar de salvaguardar en primer lugar su imagen, estabilidad y prestigio-el de la institución y de sus autoridades-, se coloca incluso por encima de la misma dignidad y de los derechos fundamentales de las personas que han sufrido los abusos, cayendo en contradicción con el principio, tantas veces citado por el mismo papa Juan Pablo II, que afirma que ninguna estructura está por encima de la persona, sino que, al revés, todas las estructuras están a su servicio y al de sus derechos fundamentales (…) me ha surgido constantemente una pregunta: ¿Dónde está la primacía de la víctima hacia el agresor? ¿Dónde está la atención a los miles de esos niños y niñas y de sus familias? ¿Dónde está la conciencia de que las niñas y los niños que han sido objeto de abuso son personas, son hijas e hijos de Dios? Por todo lo anterior, tenemos que reconocer que las conductas de abuso sexual a menores por parte de clérigos, así como el patrón de conducta encubridor por parte de las autoridades eclesiásticas, contradicen el Evangelio, vulneran la dignidad y los derechos fundamentales de la persona, y cuestionan la naturaleza misma de la misión de la Iglesia en el mundo y el papel de sus autoridades”.
Maciel, monumento a la hipocresía
José de Calva expresó a Carmen Aristegui su más profundo agradecimiento por su valiente y prolongado esfuerzo por sostener una verdad muy molesta a algunos sectores eclesiales y sociales. “Ante la ocasión de esta investigación de este día, nos hemos preguntado si el respetuoso aforismo de que ‘de los muertos no hay que decir sino sólo lo bueno’. A pesar de todo, la presentación pública del contenido de ciertas hojas en provecho del presente y futuro de la salud psicológica de muchos individuos potencialmente normales, las instituciones quizá corregibles y que la sociedad a aceptado como fuerza común, con toda la verdad del esfuerzo de quienes han hablado de la buena intención de nuestros propósitos, no es fácil para mi pronunciar estas palabras porque hablo inevitablemente de una dolorosa consciencia de la ambigüedad que fue para nosotros el personaje aquí envergado en su múltiple contexto religioso y de los recuerdos propios y de grupo, asimilados sólo con dificultad”.
El prologuista de este libro, Miguel Ángel Granados Chapa, escribe: leyendo las páginas de este libro se asiste a la mayo crisis de la Iglesia católica en el mundo contemporáneo, la de la pederastia clerical, estrechamente vinculada a la visión, entre ingenua y perversa de la jerarquía eclesiástica, sobre el sexo y las mujeres”.
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