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2/4/10

La historia de Yino el pollino

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Por: Héctor Medina Varalta

En Betfagé, frente al Monte de los Olivos, hace muchos, muchos años existió una aldea. Todas las mañanas la actividad se veía por doquier: camellos, caballos, burros y bueyes hacían menos pesada la actividad de los humanos.

En un corral de aquella aldea vivía Yino, un pollino que anhelaba serle útil a su amo. Como el animalito era demasiado flaco, Abiud, su dueño, no permitía que fuese montado porque pensaba que el animalito podría lastimarse. Por esa razón, Yino veía con tristeza como los de su especie trabajaban alegremente.

Una mañana, Efraín, el hijo menor de Abiud cumplió años. Para celebrarlo organizó una fiesta, invitando a todos los niños de las aldeas circunvecinas. Esa tarde, como buen anfitrión, Abiud ordenó a la servidumbre que sacara de los corrales a los hijos de los animales, para que los pequeñines se divirtieran montándolos. Como el mozo al que se le encomendó esa tarea tenía pocos días trabajando con Abiud, llevó a Yino al jardín. El borrico al verse rodeado de niños se puso muy contento.

- Al fin tendré la dicha de ser útil -, pensó el pollino.

Sin embargo, los padres de aquellos niños al ver la enclenque complexión de Yino, retiraban alarmados a sus hijos.

- Ese pollino está tan flaco que podría hacer caer a los niños – expresó un humano.

- Además- repuso otro- es tan feo que Abiud debería sacrificarlo.
- Sí –agregó un tercero-, es una vergüenza tener a ese pollino en medio de tanto animal tan bello.

Esa noche después del festejo, Yino rebuznaba de tristeza. Abiud, quien lo tenía por compasión lo escuchó y fue al corral.

- ¿Qué te sucede Yino? Tu rebuzno es más triste que de costumbre.

Pero, Yino sólo lo veía con mirada suplicante, tratando de darse a entender que quería ser útil. Sin embargo, Abiud no tenía sensibilidad para comprender el sencillo lenguaje de los animales.

Una tarde, un hombre de mirada bondadosa y dulce sonrisa visitó a Abiud. En cuanto el extraño vio al pollino lo acarició con ternura.

- Pobre de Yino- expresó Abiud-, por más que lo alimento no engorda. Miradlo, está tan flaco que ni yo deseo montarlo.

- El amor hace maravillas, mi querido Abiud.

- Pero, rabí, si a diario lo colmo de atenciones. Ved, la pastura es de la mejor calidad, y aún así no logro hacer que suba de peso. Además, es muy feo.

- Le ves defectos porque las rendijas de tu alma están tapadas de prejuicios; fe y paciencia son virtudes que necesitas aprender.

Jesús siguió acariciando la cabeza de Yino. Como el animalito no estaba acostumbrado a recibir ninguna muestra de afecto se puso muy contento.

- Abiud, ¿has visto como brillan sus ojos? Leo en ellos un gran anhelo de servir. Ah, cómo me agradaría ver ese brillo en los ojos de los fariseos.

Por algunos minutos, el Mesías siguió mencionando virtudes que Abiud no había descubierto en el pollino.

- Y qué decir de las orejas, no he visto par más esbeltas que las suyas.

- Estoy sorprendido, Maestro; ¡hasta en la fealdad encuentras belleza!

Una noche, los animalitos de esa aldea tuvieron junta porque se habían enterado que un rey necesitaba del servicio de uno de ellos.

- ¿A qué rey se refieren?- preguntó un camello.

- Lo ignoramos- contestó un caballo árabe - . Sólo sé que ese rey nos someterá a una prueba. El vencedor tendrá el privilegio de transportarlo en el lomo.

- ¿Quién te lo dijo?- preguntó un buey.

- Un ser de luz muy hermoso- afirmó un caballo árabe -. Si no le hubiera visto alas, podría asegurar que era humano. Tal vez es pariente del hombre que por las tardes visita a Abiud, pues tienen idéntica mirada y sonríen con la misma dulzura.

- ¿Te refieres a aquel que tanto acaricia a ese pollino tan feo?- preguntó un camello.

- Sí; me estoy refiriendo a Jesús de Nazareth.

Por varios minutos, los animales de aquella aldea siguieron comentando sobre la misteriosa visita del hombre alado. Sin embargo, Yino se sentía tan opacado que sólo se limitaba a observarlos.

- De seguro, el elegido será el caballo árabe- pensaba Yino -, es tan esbelto y tiene porte.

Pero lo que Yino no se había dado cuenta era que en el corazón
de aquellos animales se albergó el orgullo, pues se disputaban el privilegio de llevar en el lomo al mencionado monarca. Yino los miraba con tristeza.

- ¡Ah, si tan sólo fuese escogido para transportar a un sirviente de ese rey, sería el pollino más feliz del mundo. Pero nadie se fijaría en alguien tan flaco y feo como yo.


Una madrugada, la aldea de Abiud se incendió. Como las llamas se habían propagado hasta el corral, los mozos dejaron libres a los animales.

- ¡Mi hijo duerme solo, se va a quemar!- gritó Abiud quien regresaba de Betania.

Yino amaba tanto a su amo que no quiso verlo sufrir. Con las patas traseras reparó en la puerta de entrada de la habitación donde el hijo de Abiud dormía. Abriéndose paso entre las llamas, entró en busca del niño. Poco después, el muchacho salía llorando.

- Bu, bu, bu. Cuando intenté montar en el lomo de Yino, le cayó una viga y lo mató.

Los primeros rayos del sol sorprendieron a Abiud y a su hijo quienes contemplaban el inerte cuerpo del pollino.

- Pobrecito de Yino- dijo el niño-, nunca quise montarlo pues,estaba tan feo y tan flaco que me avergonzaba de él. Bu, bu, bu.

- Yo también me siento muy mal, hijo- dijo Abiud- , pues siempre lo menosprecié.

Jesús que por ahí pasaba, se acercó. Al ver las lágrimas del niño se conmovió.

- Dejad de llorar, pequeño; el pollino sólo duerme.

El Mesías posó la mano en la cabeza del animal y dijo:

- Despierta Yino, que tu misión aún no se ha cumplido.

Y como si nada hubiese pasado, Yino abrió los ojos. En seguida, se acercó a Jesús, y como muestra de gratitud le lamió las manos. Lo mismo hizo con sus amos.

- ¡Milagro! ... ¡Milagro!- exclamaba la servidumbre.

Abiud estaba tan agradecido con Yino, que lo cuidaba con mayor esmero. Tanto amor recibía el animalito, que pronto su enclenque figura desapareció. Una tarde, al verlo con mayor vigor, Abiud lo sacó del corral para que lo ayudase en las faenas del campo. Poco después de haberlo atado afuera de la puerta, por el recodo del camino, dos hombres se acercaron y lo dejaron libre.

- El pollino es mío, ¿porqué se lo llevan? – repuso Abiud.

- El Maestro lo necesita- contestó uno de ellos.

- De acuerdo- respondió Abiud con una sonrisa en los labios.

Aquellos individuos que eran discípulos de Jesús, pusieron sus mantos en el lomo del pollino y lo llevaron a Jerusalén. Poco después, el Mesías lo montaba. Y mientras se dirigían a su destino, el Divino Maestro le dijo:

- Mi querido Yino, al igual que tú, yo también ofrendaré mi vida. Pero no por el amor a un solo hombre, sino por amor a toda la humanidad.

Minutos después, la muchedumbre cortaba remas de los árboles y las tendían por el camino. Quienes iban por delante y los que venían detrás alababan al Cristo.

- ¡Hosanna en las alturas! ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!
Así, Yino conoció la dicha de servir. Por el camino, el noble animalito rebuznaba de alegría.
Esa noche, en el corral de Abiud, un rayito de luna hizo resplandecer la cabeza de aquel humilde pollino.

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